El cementerio de los grandes buques

Desguace de barcos en Chittagong

Cuando tenemos un vehículo viejo, destartalado, cochambroso, oxidado, que se cae a cachos y que no nos dan ni un euro por él ¿que solemos hacer? Lo llevamos a un desguace de coches y allí no dan una pequeñísima cantidad por el vehículo, y nos preparan los papeles para poder darlo de baja en la D.G.T.

Pero si dispusiéramos de un gran buque de carga en las mismas condiciones ¿que podríamos hacer? Todas las ideas que se me ocurren serían penalizadas de inmediato, pero y si encontráramos un sitio que nos admitieran nuestro gran vejestorio?

En las playas de Chittagong (La ciudad de los esclavos recicladores de barcos) para dar con un poco de arena, hay que escarbar con ganas en la corteza negra bajo la que se esconden. Sin duda, a pesar de que los cocoteros, el cielo azul y el calor invitan a ello, a nadie en su sano juicio se le ocurriría desplegar aquí una toalla y ponerse a tomar el sol. De hecho, no es raro que la pierna se hunda en el chapapote hasta la rodilla.

Esta zona se ha convertido en uno de los principales centros del desguace de grandes buques del mundo, una lucrativa industria que mueve miles de millones de euros.

La compañía propietaria del barco ingresa unos 300 dólares por tonelada, el intermediario añade otros 200, y el que lo reduce a chatarra puede multiplicar por cinco esos 500 dólares por tonelada. «Si tenemos en cuenta que llegan hasta monstruos de 20.000 toneladas, podemos hacernos una idea del volumen de negocio», indica Mohammed Ali Shahin. Los empresarios bengalíes sacan el mayor rendimiento de los motores, que se revenden como generadores eléctricos o para barcos locales más pequeños.

El resto, después de vaciar el interior, es acero que se transforma en cualquier cosa en las acerías que tienen los mismos empresarios que desguazan los buques.

Sin embargo, los trabajadores con más experiencia y cualificación, rara vez ganan más de 80 euros al mes, y tienen que pagar de su bolsillo el escaso material de seguridad con el que cuentan.

Fuente : El País.

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